Se ha intentado teorizar al partido-movimiento que representa Morena como un proceso esquemático que replica las viejas estructuras que conformaron a los partidos políticos en el siglo pasado. Especialmente se vuelve una caricatura cuando se le intenta reducir a ser el doble histórico del PRI para el siglo XXI. No se puede observar a Morena desde estos miradores, hay que evaluarlo a la luz de las nuevas experiencias que han estado surgiendo durante este siglo, y sobre todo, por la profundidad de la luchas de resistencias que ha logrado sintetizar.
Es muy importante la discusión en torno a la lucha político electoral que ha representado este movimiento estado-céntrico por los alcances que ha presentado, sobre todo si se toma en cuenta su crecimiento meteórico, de no gobernar ningún lugar a ser mayoría en ambas Cámaras, tener 22 estados de la república gobernando y haber hecho la hazaña de ganar la presidencia de la república. No es poca cosa en un país que fue envuelto en una doble violencia, tanto política destructiva como económica anónima.
Acercarse a ver lo que significa Morena no sólo pasa por la cosecha de triunfos electorales que son innegables sino por la consistencia que ha demostrado un movimiento social que la mayor de las veces no se expresa ni busca expresarse en la lucha encarnizada por las posiciones políticas. Este movimiento social está aprendiendo que la lucha por el poder no simplemente es por cargos sino sobre todo por la dirección que la nación en su conjunto tome.
Apenas el 9 de agosto, en su tradicional mañanera, el presidente López Obrador declaraba que aquellos que controlaban el poder en el pasado aún controlan ciertas áreas, es decir, cuatro años después han logrado sostener sus posiciones ante el gobierno más fuerte de la historia contemporánea. Esto es revelador.
Por esto mismo es de primer orden pensar en tres niveles que, por lo menos, están presentes a la hora de generar gobernabilidad en México. El primero que podríamos colocar es el factor externo. No fue menor que la llegada del movimiento a la presidencia de la república se diera justamente durante la reconfiguración de la región por parte de Estados Unidos en su guerra económica contra China, en medio de la disputa de su hegemonía mundial. El T-MEC es el resultado de grandes presiones para mantener un nivel de subordinación aún mayor del que representaba el TLCAN. El paso siguiente era el control de los energéticos, y aunque se detuvo en un primer momento, eso indudablemente sigue presente como una exigencia.
El segundo factor que vale la pena reflexionar es el que tiene que ver con los grandes empresarios mexicanos, que fueron beneficiados por el TLCAN, pero que en este momento están siendo desplazados del mercado y buscan refugio en un Estado mexicano debilitado. No es que todos hayan avanzado en esa posición, los hay quienes buscan desmantelar por completo al Estado mexicano para quedarse con sus restos. Y aquí es precisamente en donde hubo una gran división, la debilidad de varios capitales mexicanos que no tuvieron otra opción que refugiarse en el nacionalismo. Estamos pues ante una crisis orgánica.
Y, por último, pero no por ello más importante un factor esencial, que fue el del hartazgo social producido por una crisis inédita marcada profundamente por la violencia que provino fundamentalmente de la necropolítica, esto es, la amalgama entre la economía criminal y una clase política narca. La crisis provocada por el neoliberalismo que generó un aumento de la pobreza impresionante, asfixiando a los más pobres. La forma en cómo se abordaba la crisis neoliberal por la clase política de los últimos 30 años dio como resultado una exacerbación que estaba desbordando los órdenes democráticos, en un país acostumbrado a los fraudes electorales. Por eso la defensa al proyecto de Morena ha sido a rajatabla por muchos actores.
El momento actual en el que nos encontramos definitivamente indica que la organización política que significa Morena para garantizar esa gobernabilidad y llevar a cabo un proyecto de gobierno más radical es muy débil. No así la fuerza que lo sostiene, y esto es paradójico, pero cualquier transformación social lo es, en definitiva.
Esta transición de consolidar al partido como una estructura que permita seguir ganando elecciones al mismo tiempo que logre generar consensos dentro de los diferentes intereses de las regiones que significan los estados de la república ha resultado muy compleja. La virtud que se ha tenido es que empiezan a emerger nuevos cuadros que antes no existían que hoy están dispuestos a dar la lucha en los terrenos que antes no tenían la posibilidad de hacerlo. Por eso ha generado tanta atracción en la juventud, por estar abriendo caminos antes vetados.
A la debilidad organizativa habría que sumarle un proceso que no podemos dejarlo pasar y que habría que cuestionar duramente con argumentos en la mano, el surgimiento de una burocracia estatal-partidista, que está dispuesta a frenar los impulsos de cambio por mantener sus intereses personales inmediatistas. Se habló mucho que el partido se había desfondado porque sus cuadros habían ido al gobierno, y que se deberían de generar nuevos actores, lo que en verdad está pasando es que las burocracias, aunque lo tienen prohibido por los estatutos, se están queriendo apoderarse de las estructuras para garantizar el poder en sus corrientes. La burocracia cuando deja de tener la presión del movimiento social se vuelve en una fuerza sumamente conservadora.
El intelectual italiano Antonio Gramsci utilizó un concepto el de revolución pasiva, que parece, la clase dominante mexicana podría llevarla a cabo dentro de Morena si las fuerzas sociales no terminan por generar una organización genuina con democracia real. La revolución pasiva para Gramsci es aquella que se lleva a cabo para finalmente retroceder e imponer una restauración del viejo orden. Si no puedes vencer al enemigo introdúcete en su movimiento podría decir la consigna.
Por eso lo sucedido en la reciente elección de Morena, y su afiliación generando un sinfín de irregularidades, no debe defenderse bajo el argumento de la gobernabilidad, peor aún de la lealtad como si la crítica fuera el problema y no la realidad en sí misma. Cambiar la cultura política conlleva el ejercicio de la crítica frontal contra las viejas prácticas que deben ser desterradas no sólo del movimiento sino del país. Avanzar hacia la democracia real debe transitar el dificilísimo camino de mantener la gobernabilidad al mismo tiempo que se profundiza la transformación, se cede cuando no se puede seguir avanzando, pero no se deja de presionar para que suceda. No es el inmovilismo y el callar voces porque la prensa puede golpear como se resuelven las cosas. Por eso el grave error de cancelar las asambleas y eludir el debate.
El acriticismo lo que provoca es el alejamiento de fuerzas que sostuvieron al movimiento cuando nadie más lo hacía y eso es peligroso porque el desencanto no puede ser bajo ningún motivo la trayectoria a seguir. La demanda de democracia no va peleada de la mano de crecer en términos cuantitativos. La fuerza del presidente tiene un límite, y es el final del sexenio, Morena debe exigir más allá de lo posible a pesar de las contradicciones, pero para ello debe tener en cuenta que el destino de este país no depende una cúpula.
Lo dijo muy bien el presidente López Obrador, el proletariado tiene cabeza, y es el pueblo recordando los fracasos de la izquierda que muy bien dio cuenta José Revueltas. Decía Víctor Rico Galán que el inicio de un movimiento transformador es como un parto, depende muchísimo a donde llegar a partir de su dirección, Morena está pariendo una nueva época, el pueblo, su principal fuerza, lo está dirigiendo. No habría que olvidarlo.