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¿Qué es el obradorismo?

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Una característica de los gobiernos progresistas ha sido la relación estrecha entre líderes y masas populares a la cual se le ha dado por llamar populismo. En universidades europeas y estadunidenses se ha publicado decenas de libros explicando un concepto que explica poco pues al parecer aplica lo mismo para líderes de derecha que para líderes de izquierda, a veces estudiado desde el discurso y otra desde las políticas sociales, pero sin llegar a un verdadero fondo explicativo. Lo único que queda claro en ese panorama difuso es que con una conceptualización tan amplia se habla poco de las singularidades y por ello ese concepto se vuelve sumamente útil para que algunos ideólogos de derecha lo utilicen más como calificativo que como concepto explicativo. Ahora todos los candidatos incómodos pueden ser calificados de populistas sin explicación alguna de por medio.

Apoyados en la versión weberiana del liderazgo esos enfoques insisten en que el carisma es el sustento de la relación líder-masa y esa interpretación ha dado hasta para que los intelectuales conservadores aseguren que los líderes actúan como titiriteros que se aprovechan de su carisma para manipular a personas desposeídas, poco preparadas y dispuestas a seguir a alguien en función de un aprovechamiento cuasi perverso, una especie de relación líder manipulador-borregos obedientes.

En el fondo esas tergiversaciones no hacen más que mostrar el desconocimiento -que se finca en el desdén- de lo que implica la relación entre líderes y masas, que, en los hechos es un fenómeno extraordinario de representación sociopolítica.

Para resolver el problema desde una vertiente más seria y respetuosa de las mayorías hay que entender que cualquier líder en el fondo no es sino la síntesis de sentidos comunes de la sociedad: no podría haber líder sin que este representase el sentir y el pensar de las mayorías populares. La conexión no se establece a través de la manipulación y de abstracto carisma abstracto, casi casi natural de nacimiento, sino de expresar la identidad de aquellos a los que representa. Debe haber ideas y emociones de por medio, reivindicaciones y aspiraciones. Los liderazgos populares, en ese sentido más que ser productos de la manipulación, son expresiones de códigos culturales, son formas de representación de pautas y prácticas de interacción social en la cotidianidad.

Aquello que llaman “liderazgo carismático”, más bien es una relación en la que el o la líder es capaz de escuchar los sentires de ciertos grupos sociales y expresarlos de manera sencilla, como uno más. El liderazgo no es fruto de la manipulación, sino de la representación. El o la líder representa a determinados grupos porque forma parte de ellos, porque los escucha y porque puede expresar adecuadamente sus anhelos, sus demandas y sus sentires a la escena pública. El problema de atacar a un liderazgo real no es atacar a la persona, sino atacar al grupo (o grupos) al que representa, por eso, el desdén de las oligarquías hacia los liderazgos populares no en sí mismo una manifestación contra una persona, sino contra el grupo o grupos a los que representa.

Cuando se habla de “obradorismo” se habla de grupos sociales en movimiento, emergiendo a la esfera pública para colocar ciertas demandas, ciertos anhelos y ciertos sentires que se expresan a través de la representación política de Andrés Manuel López Obrador. El obradorismo surgió en 2005, cuando miles de personas salieron a defender a la persona que les representaba; y se consolidó en 2006, cuando esas mismas personas, pertenecientes a las clases subalternas aterrizaron sus demandas en la exigencia de una verdadera democracia bajo el lema “Voto por voto, casilla por casilla” o “No al fraude”.

El obradorismo es un movimiento popular, originado a partir de una lucha por la democratización nacional. Las clases subalternas encontraron en el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador una posibilidad real para conseguir la verdadera “transición a la democracia” que Fox no quiso desarrollar, traicionando el voto que le dio la victoria en el año 2000.

El fraude de 2006 negó la posibilidad de lograr la profundización democrática, por la vía de la imposición autoritaria, y entonces, el obradorismo se consolidó como un movimiento popular en búsqueda de mayor democracia, pues PRI y PAN habían resultado ser exactamente lo mismo y se habían negado a dar representación a las demandas de democratización.

La lucha del obradorismo tuvo un momento cúspide a partir de la victoria de 2018, cuando comenzó un proceso de democratización del Estado que ha revertido el deterioro de las políticas neoliberales, cuya principal orientación era el gobierno para una oligarquía cerrada y profundamente enriquecida.

Por otro lado, la inscripción como partido del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) intentó institucionalizar la dirección política del obradorismo para dotarle de mayor organización y eficacia, sin embargo, cuando en sus años más recientes, su dirigencia optó por copiar los mismos métodos y vicios corruptos del viejo régimen, se provocó una separación abrupta entre el partido y el movimiento. Ahora hay quienes prefieren decir que solo forman parte del obradorismo, pero no del morenismo, porque pertenecer a MORENA puede significar algo denigrante, algo que remite a los vicios de corrupción, chapulineo, acuerdos cupulares, étc.

Las tensiones entre movimiento social y partido político están a la orden del día, sin embargo, tienen que ver, sobretodo, con que, al interior del partido se ha dado pie a una burocratización que cercena la democracia y el ejercicio del poder delegacional de abajo hacia arriba.

Si una dirigencia no representa adecuadamente las demandas, los intereses, los sentires y los anhelos de los grupos sociales que son su base, entonces se presenta una crisis de representación política, se cortan los canales de mediación y deja de existir un liderazgo efectivo. Mucha gente sí se siente representada por el liderazgo real de López Obrador, pero no se siente representada por un partido que más bien impone, que no lidera, que no representa.

El liderazgo de AMLO sí ha representado a cabalidad a grandes grupos de la población, sin embargo, al replicar prácticas corruptas, la dirigencia del partido ha fracasado en dar continuidad a ese liderazgo y a esa representación política iniciada por AMLO. La cuestión es grave porque se pone en riesgo la continuidad no solo del liderazgo, sino de la conducción del movimiento popular llamado obradorismo. El relevo generacional no se logrará con la victoria de un candidato o una candidata en una encuesta rumbo a las elecciones presidenciales de 2024, sino a través de hacer efectivo un liderazgo que represente los anhelos, las demandas y los sentires de las clases subalternas. Sin esa relación de representación, la crisis política puede estar nuevamente a la orden del día.

3 Comments

  1. Buen debate.
    Pienso que la Convención puede ser una lucha que de luz para continuar con el proyecto de la 4T.
    Se que como medida John Ackerman ha tomado la batuta para levantar el movimiento, esta bien, pero se que estas luchas también necesitan de recursos económicos, sino se tienen, se puede extinguir la lucha.

    AMLO abrió una cuenta y ahí se depositaban los recursos, porque no lo hacen?

    Ahora, no es el único punto, está lo político, pero sólo veo a John, no veo a mas, acordemonos que AMLO es otro boleto.

    Hay mucho que debatir, pero al menos en BJ CDMX falta liderazgo.

    Yo también me siento impotente, vemos la procesión y no nos incamos, el problema son los protagonismos, un mal que no se logra convatir, no lo digo por John, el esta luchando con todo, pero los demás a donde están?

  2. Alberto dice:

    Muy buen artículo, y muy completo. Radiografia general del Obradorismo
    ¿ Que mas se pude pedir o agregar ?

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